domingo, 4 de septiembre de 2011

LA SALUD Y LOS MEDICOS EN LA VIDA Y OBRA DE RUBEN DARIO

La salud y los médicos en la vida y obra de Rubén Darío


Héctor Darío Pastora


En el fecundo, glorioso y dramático itinerario de la vida y obra del genio del poeta universal Rubén Darío, ocupa un capítulo destacado su relación, amistad y vínculos fraternales con distinguidos y eminentes profesionales de la medicina, en el ámbito social, cívico, literario, diplomático y político.

Entre mis apuntes inéditos está este tema que considero de extraordinario interés para conocer aspectos nuevos que pertenecen a la vida de un genio, que además de su deslumbrante vida poética, fue poseedor de una patología, que tiene como alfa y omega, su controversial desarrollo psicosocial en sus 49 años y 20 días de vida, debido a esa terrible enfermedad, la dipsomanía, contra la que él luchó.

Sobre este tema se han tejido innumerables leyendas, mas para la crítica seria, predominó en el poeta la lucidez y posesión de sus facultades mentales en la creación literaria; en sus prudentes retiros y recaídas (en su aposento, donde tenía acceso sólo su verdadero amor, Francisca Sánchez del Pozo, y sus amigos médicos);  o bien, en sus retiros bucólicos para su recuperación e inspiración. El egregio poeta y escritor colombiano, José María Vargas Vila, el amable enemigo y amigo fraternal del panida, recrea este tópico con la dignidad, la pasión y el decoro que amerita la vida y obra de Darío.

Su nacimiento en Metapa, hoy Ciudad Darío, el 18 de enero de 1867, no es sólo novelesco, sino que las dolorosas connotaciones de esa peregrinación mesiánica, tienen como génesis a una madre mártir, doña Rosa Sarmiento, y a dos supuestos padres: Manuel García y Juan Felipe Gurdián.

El primero, alcohólico desde su infancia, con una historia clínica de ansiedad incontrolable, era comerciante analfabeto. El poeta casi no lo conoció y las pocas veces que lo mencionó fue como tío Manuel.

El segundo, sacerdote, erudito, poeta, músico, médico y doctor en teología, educado en el Pío Latino de Roma, Italia. Ya consagrado, ejerció su ministerio sacro en León. Su afición a las damas y al alcohol fueron motivos de severos castigos canónigos. Sea su padre o no, es el primer médico que aparece en la vida de Darío, pues en el momento del nacimiento era el cura párroco de Metapa.

Un mes y trece días después de nacer, el niño de Metapa era bautizado en la Catedral de León, el 3 de marzo de 1867, con el nombre de Félix Rubén García Sarmiento, conocido universalmente como Rubén Darío.

Pareciera que éstas son disgregaciones del tema que nos ocupa, mas deseo ubicar al genio, a su inmenso yo, aislado y solitario, como actor y paradigma de su vida cosmopolita, deseoso de amistades médicas, en especial durante su vida errante por América y Europa, no sólo para escalar estadíos de gloria lírica, periodística e intelectual, sino para atender, mitigar y curar sus crisis de salud, que todos conocemos fueron, en su mayoría, producto de la bohemia.

Con esta apreciación, a modo de diagnóstico, si así lo puedo decir con la venia de ustedes, enumeraré sus amistades médicas y las circunstancias de sus encuentros y no enfocaré el preciosismo creador del modernismo literario en Azul, Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza, decenas de libros  en prosa y miles de artículos en prensa; escritos que lo consagran como un clásico más de la literatura universal. Mas ese preciosismo literario, fantástico y luminoso era, desde luego, la credencial y la razón admirativa de los nombramientos oficiales, de las amistades y en casos excepcionales, la antesala de la consulta y asistencia médica.

Permitidme pues, destacar algunos nombres y circunstancias de amigos médicos que tuvieron el privilegio de formar parte de la vida y obra de Darío, ya sea como preceptores de su infancia, como es el caso del Dr. Jerónimo Ramírez, su profesor de primaria en León (1873-1876), a quien le dedicara el poema “Alí”.

Durante la infancia, Darío tuvo como compañero de estudio en el colegio de los jesuitas, en la iglesia La Recolección, al que más tarde sería su mejor amigo, mecenas y médico, Luis H. Debayle, quien junto con el Dr. Escolástico Lara, también médico del poeta, son considerados como parte de los abanderados del movimiento científico en Nicaragua, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

El Dr. Debayle y el Dr. Lara, unidos a otras eminencias médicas de la época, como los doctores Juan José Martínez  y Juan Bautista Sacasa, así como el entonces estudiante de medicina, Salvador Pérez Grijalva, tuvieron una intervención protagónica en la gravedad, agonía, muerte, embalsamiento y extracción del cerebro del bardo, cuya partida de defunción No. 76 del registro civil de la ciudad de León, del mes de febrero de 1916, folio 116, dice: “Que a las diez y dieciocho minutos de la noche del día seis del corriente, falleció en esta ciudad, a consecuencia de cirrosis atrófica del hígado, el Rey de la Literatura Hispanoamericana, raro y eximio poeta Rubén Darío, de cuarentinueve años y veinte días.”

En la autopsia y embalsamiento del cadáver del poeta, los doctores titulares ya mencionados fueron asistidos por los jóvenes residentes Luis E. Lara (hijo del Dr. E. Lara); y Enrique y Roberto Debayle (hijos del Dr. L. H. Debayle).

El Dr. Luis Manuel Debayle (“Tío luz”) fue otro hijo del Dr. Luis H. Debayle, quien a los 14 años de edad gozó de la amistad del poeta en ocasión de la estadía de Darío en la isla de El Cardón, en marzo de 1908. En dicha isla, Darío dedicó su célebre poema ”A Margarita Debayle” (hija del Dr. L. H. Debayle), poema que el 20 de marzo de 2008 cumplió su primer centenario.

Respecto al cerebro de Darío, después que murieron el Dr. L. H. Debayle (24 de marzo de 1938) y el Dr. Escolástico Lara (16 de agosto de 1939),  se terminó el misterio del paradero del cerebro del poeta con las sorprendentes revelaciones del Dr. Salvador Pérez Grijalva, en su publicación “El cerebro de Rubén Darío está en…” (Cuadernos universitarios. No. 21. Sept. 1962): “El cerebro auténtico del inmortal panida nadie lo tiene, está donde debe estar, en la tumba, bajo las arcadas de la gran basílica, de la muy noble y leal ciudad de Santiago de León de los Caballeros.”

Otra versión sostiene que el cerebro recién extraído de la bóveda craneana fue arrebatado por Andrés Murillo, hermano de Rosario Murillo (la esposa forzada de Darío, su garza morena; pues sus verdaderos amores fueron Rafaela Contreras y Francisca Sánchez).

Con R. Contreras el poeta procreó un hijo: Rubén Darío Contreras, nacido en Costa Rica, cuyo tío político, Ricardo Trigueros, lo envió a estudiar medicina a Berlín, Alemania, donde se graduó. El primogénito de Darío fue médico y un virtuoso pianista; murió en Buenos Aires, Argentina, en 1968. Yo lo conocí y traté en ocasión del centenario del nacimiento de Rubén Darío, en enero de 1967.

F. Sánchez del Pozo, de nacionalidad española y origen campesino, quizá fue el amor de mayor dimensión espiritual de Darío. Con ella tuvo un hijo en París, Francia. Se llamó Rubén Darío Sánchez, a quien el poeta dejó todos sus bienes y derechos de autor. R. Darío Sánchez murió de tuberculosis en México, en 1948. Su viuda, la profesora Cecilia Salgado, quedó en León de Nicaragua, siendo madre de tres hijos: Argentina, Salvador y Rubén Darío Salgado (actualmente viven en Ciudad Jardín, Managua); los dos primeros viven en gran pobreza; y el tercero es abogado egresado de la Universidad Centroamericana (UCA).

Francisca Sánchez del Pozo, campesina española de Navalsauz, a quien Darío dio su lugar de dama en la embajada de Madrid y en el consulado de París, fue su esposa frustrada. En verdad, este gran amor llenó el vacío insondable de una madre y de una esposa. Diez y seis años Francisca Sánchez refrescó la hoja de laurel del poeta (1898-1914). Para conocer este amor hay que leer el poema “A Francisca”: Seguramente Dios te ha conducido/ para regar el árbol de mi fe/ hacia las fuentes de noche y de olvido/Francisca Sánchez acompáñame.

Un amigo intelectual y afectivo del panida, Miguel de Unamuno, sentenció: “Todo amor de mujer es en sí verdadero y entrañable amor de madre. La mujer prohija a quien ama.”

La amistad y admiración hacia Darío de parte de dos Presidentes de la República de Nicaragua, fueron fundamentales para el poeta.  Se trata del Dr. Adán Cárdenas (1883-1887); médico graduado en la Universidad de Pisa, Italia, quien distinguió al joven Darío como parte del séquito presidencial  cuando el mandatario viajó a entrevistarse con el Presidente de la República de El Salvador, Rafael Saldívar. Este, fue mecenas de Darío y le encomendó, en El Salvador, la oda a Bolívar, el 24 de julio de 1883, en ocasión del primer centenario del nacimiento de Simón Bolívar. El original de dicha oda fue obsequiado por el Presidente de la República de Nicaragua, Daniel Ortega Saavedra al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Más tarde, el presidente Cárdenas lo incorporó a la secretaría de la presidencia y le ayudó económicamente a Darío en su viaje a Chile.

En la época en que Darío ejerció el periodismo en Managua (1884-1886), tuvo como médico al Dr. Luis Cruz, ciudadano guatemalteco, admirador del genio del poeta, conocido en ese entonces como el poeta niño.

Y respecto al viaje a Chile, éste se concretó el 5 de junio de 1886, llegando al puerto de Valparaíso el 24 de junio del mismo año. En Chile, la cuna de Azul, tuvo como médico al Dr. Galleguillos Lorca, un galeno raro, líder socialista de Valparaíso, quien era médico homeópata, que Darío menciona con cariño en su autobiografía, dictada en Buenos Aires, Argentina, en 1912.

Otro presidente de profesión médico, el Dr. Roberto Sacasa Sarria (1889-1893), egresado de la Universidad de París, último gobernante conservador del período de los treinta años, nombró a Rubén Darío secretario de la delegación de Nicaragua para las fiestas del IV centenario del descubrimiento de América (1892), viaje de gran trascendencia literaria para Rubén Darío, ocasión en que hizo amistad con los cenáculos más egregios de la intelectualidad española.

A su regreso, el presidente Sacasa lo nombró cónsul general en Argentina, cargo que no ejerció. Pero simultáneamente, el Presidente del República de Colombia, el Dr. Rafael Núñez, lo nombró cónsul general de Colombia en Argentina, el 17 de abril de 1893, cargo del que tomó posesión en agosto, después de su estadía en Nueva York, donde se entrevistó con José Martí y su soñado viaje a París, Francia, donde conoció al poeta Paul Verlaine.

Darío, en su estadía en Argentina (1893-1898), destaca un especial agradecimiento a tres ilustres médicos, lo que dejó patentizado en el capítulo XLIV de su autobiografía: “Tres ilustres médicos tuve, que fueron alternativamente los salvadores de mi salud. Fue el uno el Dr. Francisco Sicardi, el novelista y poeta originalísimo. El otro médico era Martin Reibel, el fraternal e incomparable Hipócrates de la isla de Cos. El otro era Prudencio Plaza con quien fui a pasar una temporada a la isla Martín García (mayo de 1895), cuando él era  médico de aquel lazareto.”

El doctor Prudencio Plaza, además de asistir la salud del poeta, mitiga sus necesidades económicas. A raíz de la noticia de la muerte de su madre, doña Rosa Sarmiento, el 3 de mayo de 1895, lo llevó al sanatorio de la isla Martín García, donde Darío escribió tres cartas médicas bajo el pseudónimo de Levy Itaspes. En ese mismo lugar, escribe en una madrugada, en medio de uno de sus palimpsestos, “La marcha triunfal” con motivo de las fiestas cívicas de Argentina.

En España, como embajador de Nicaragua, nombrado por el Presidente  de la República, José Santos Zelaya, el 22 de diciembre de 1908 (por la insistencia de sus amigos médicos, los doctores Manuel Maldonado y Luis H. Debayle), tiene como médicos a: el Dr. Cornelio Moya Gacitua, presidente del Ateneo, de fama europea; y al Dr. Octavio Williams. Así como también al Dr. José Verdes Montenegro; Dr. Luis Agote; y Dr. Venceslao Acevedo, eminencias científicas de la época al estilo del Dr. Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960), médico y escritor, fundador del Instituto de Patología Médica.

En París, como cónsul de Nicaragua (1904-1907) tiene como médicos a dos amigos fraternales y entrañables: el Dr. Nazario Soriano y el Dr. Diego Carbonel. Al doctor N. Soriano lo conoció en León, en su época de estudiante de secundaria, quien además de atenderlo en París, le prestó asistencia médica en Madrid y Palma de Mallorca; fue su médico de cabecera. El doctor N. Soriano fue distinguido en Francia por su labor como jefe de misiones científicas al Africa Ecuatorial Francesa y en 1919 fue candidato presidencial en Honduras. El Dr. D. Carbonel, ilustre venezolano, a quien Darío menciona en su autobiografía con gratitud y afecto.

Otro médico fue el Dr. Rodolfo Espinoza Ramírez, filántropo, quien fuera ministro de relaciones exteriores del presidente Zelaya, embajador en Washington y Vicepresidente de la República en el período inconcluso del Dr. Juan Bautista Sacasa (1933-1936), quien como hemos comentado fue médico de Rubén Darío, en la gravedad de su muerte.

Entre noviembre de 1914 y abril de 1915, el poeta está en Nueva York, en su gira de paz, a raíz de la Primera Guerra Mundial. Escribe su famoso poema titulado “Pax” y se presenta en la Universidad de Columbia el 4 de febrero de 1915, donde asiste el poeta Salomón de la Selva. En esa estadía cae gravemente enfermo de neumonía y permanece por casi un mes en el Hospital Francés, bajo los cuidados del Dr. Aníbal Zelaya, sobrino del presidente J. S. Zelaya. El Dr. León Icaza (q.e.p.d.) me comentó que estuvo de médico residente en la década de 1970, en ese vetusto hospital.

Ante la gravedad del poeta, se le traslada a Guatemala, gracias a la ayuda del Presidente de la República de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera. En Guatemala lo asiste el Dr. Hildebrando Castellón, médico y cirujano graduado en París, amigo del poeta. Rubén Darío sufre una recaída al llegar a Guatemala y se le asigna como médico al Dr. Castellón, cuya amistad se consolidó en 1907, en ocasión del apoteósico retorno del poeta a su tierra natal. El Dr. Castellón lo atiende y una de sus recomendaciones fue: no más whisky (además, era una orden del presidente guatemalteco); y ante esa prohibición, Darío contesta: “yo no necesito veterinarios”. Ante la actitud y gravedad del poeta, el Dr. Castellón autoriza se le sirva una copa, y Darío le dice: “eres un talento, siempre he creído en ti.”

Darío es trasladado de Guatemala a Nicaragua. El 25 de noviembre de 1915 llega a Nicaragua en compañía de su esposa Rosario Murillo. Retorna con el diagnóstico del Dr. Castellón: tuberculosis; descartado posteriormente por cirrosis.

Es al Presidente de la República, Adolfo Díaz, a quien Darío le cobra la deuda de sueldos no pagados en su vida diplomática, los que ascienden a 50 mil pesetas; pero apenas le reconocieron 200 dólares.  La deuda aún está pendiente. Darío está en Managua y se forma la primera junta médica: los doctores Emilio y Enrique Pallais, y el Dr. Jerónimo Ramírez, su maestro de primaria y amigo. Ante la gravedad del poeta, se dispone el traslado a León, el 7 de enero de 1916, bajo la asistencia del Dr. Luis H. Debayle y el Dr. Escolástico Lara.

El poeta, en medio de sus angustias y tratamientos, dijo: “He visto que descuartizaban mi cuerpo y disputaban mis vísceras. Sí, sí, así como oyen, disputaban mis vísceras.”

Y eso es lo que sucedió con el cerebro del poeta, sepultado secretamente en su tumba después de los funerales, el 13 de febrero, por el señor Jorge Navas, por órdenes del Dr. Luis Manuel Debayle y Monseñor Simeón Pereira y Castellón, debido al mal estado en que se encontraba.

Para despistar a los interesados en tener el cerebro, se extrajeron otros cerebros, y uno de ellos permaneció mucho tiempo en poder de Enrique Debayle (fue el que presentó en algunas veladas darianas doña Emelina Tercero de Debayle), presidenta de la guardia de honor Rubén Darío.

El verdadero cerebro fue remitido a Granada, al consultorio del Dr. Juan José Martínez, quien hizo un exhaustivo estudio. Lo del verdadero cerebro y los falsos cerebros es ampliamente explicado por el Dr. Salvador Pérez Grijalva en su obra “El cerebro de Rubén Darío está en…” Otros médicos que escribieron sobre el cerebro del panida fueron los doctores Darío Zúniga Pallais y León Lara M. Todo lo acontecido fue para que no se profanara la sagrada víscera, para conservarla íntegra como reliquia en la centenaria Universidad de León.

Darío disfrutó de la amistad, de la ayuda y del respeto de sus amigos médicos; los consideró sinceros, dignos de admiración y gratitud.  Y si en las crónicas de sus últimos días aparecen episodios desagradables, fueron producto de su dolor y enfermedad. “Yo no quiero que ustedes me asesinen” les dijo a los doctores Luis H. Debayle y Escolástico Lara. Y llamó “la mediocridad sonriente” al Dr. Juan Bautista Sacasa, quien llegó a ser Presidente de Nicaragua, por el partido liberal, habiéndose graduado en Harvard, hijo del presidente Roberto Sacasa, último presidente conservador del período de los treinta años.

El tema es extenso y he tratado de hacer una semblanza cronológica de los médicos con mayor afecto hacia el poeta, casi todos con vínculos intelectuales y admiradores de la portentosa creación poética del excelso aeda; los que hicieron honor a su conciencia hipocrática, atendiendo las crisis del panida con excepcional interés.

En la biografía médica de Darío hay un libro digno de ser conocido por los médicos, el estudio científico del Dr. Danilo Guido, titulado “Rubén Darío: soy un enfermo” (Hispamer. Bogotá, Colombia. 2005). Esta obra nos permitirá conocer y comprender mejor la personalidad del nicaragüense cosmopolita, en función del genio y del hombre, cuya causa de defunción fue: cirrosis atrófica del hígado.

Darío, paradigma de la literatura universal, prolongó su prematura existencia y su tránsito a la inmortalidad, gracias a sus amigos médicos, que consideraban un privilegio su amistad con el genio que trajo con su poesía más luz, más música, más color y más alegría al idioma castellano. Oíd a Darío en su poema Sum: Yo soy en Dios lo que soy/ y mi ser es voluntad/ que, perseverando hoy, / existe en la eternidad.

Miami, Florida, Estados Unidos.
Abril de 2009



Nota del editor:

No hace referencia al Dr. Rosendo Rubí Altamirano, pionero, fundador y padre la radiología en Nicaragua, quien trajo al país el primer aparato de rayos X y tomó la primera radiografía en Nicaragua, de quien Darío escribió en “El viaje a Nicaragua e intermezzo tropical”, lo siguiente: “Y hasta alguien como un Charles Cros nicaragüense ha habido que ha experimentado allá un sistema de teléfono sin hilos mucho antes de las hoy triunfantes tentativas de electricistas europeos. Me refiero al doctor Rosendo Rubí, que obtuvo en Washington una patente el año de 1900.”


El Dr. Rosendo Rubí Altamirano trabajó en conjunto con el Dr. Luis Henry Debayle Pallais, en la Casa de Salud de este último, en la ciudad de León, donde se instaló el primer aparato de rayos X en Nicaragua.

El Dr. Rosendo Rubí Altamirano era bien conocido en los círculos académicos, científicos e intelectuales de la época. Seguramente conoció personalmente a Darío, dada la fama del poeta, su relación profesional con el Dr. Luis H. Debayle P., y lo pequeño de la ciudad de León en aquel tiempo.

El Presidente de la República, José Santos Zelaya, estuvo presente durante la experimentación de la telefonía sin hilos realizada por primera vez en la casa del Dr. Rosendo Rubí Altamirano, en 1902, donde actualmente hay una placa de mármol en la pared; casa situada en León, de la iglesia El Calvario una y media cuadra al oeste, a mano izquierda.

Dr. Lenin Fisher
Managua, agosto de 2011.