El
pasado 22 de diciembre murió a los 74 años de edad, Pablo Efraín Jáen
Puerto (don Payín), en su casa de
habitación, por una enfermedad natural.
El
31 de mayo fue la última vez que conversamos. En esa ocasión, se molestó porque
no le avisamos de la muerte de mi padre (Luis Fisher). Fue la última vez que
sirvió de moderador y testigo de una sana discusión con uno de mis hermanos,
como cuando éramos adolescentes.
Tenía
mi papá cinco años de criarnos, después de fallecida mi madre (Miriam
Chavarría), cuando en enero de 1979 conocí a don Payín. Yo tenía nueve años. Don Payín decía que si
mi hermano Yader se hubiese ido a Managua con él, a pasar el fin de semana con
su esposa e hijo, no lo hubieran herido de muerte en el asalto del 13 de enero para
recuperar dinero que serviría para la lucha insurreccional en León. Mi papá me
dijo varias veces que sintió paz cuando don Payín nos recibió en su casa en el
periodo de tiempo que va de enero a octubre de 1979, y la razón era que por
primera vez alguien trataba a sus hijos como hijos. De hecho, nos presentaba como sus hijos.
Don
Payín hablaba con orgullo de su sobrino Marcio Jáen (preso dos años con Tomás
Borge Martínez). ¡Para Marcio y Tomás,
no los aíslen más! decía la consigna. Se refería a Esteban con tristeza y
orgullo, otro sobrino, quien cayó en combate como guerrillero en la montaña.
Don
Payín cuidó de tres de mis hermanos y de mí, cuando el mayor, Harold, fue
capturado en enero, en El Pochote, San Felipe. Se llevó a Costa Rica, a Luis,
de 14 años, después de que éste escapase con vida tras ser capturado por
tercera vez por la Guardia Nacional (GN) y de haber sido testigo, el 20 de
abril, del asesinato de su mejor amigo, Ramón Larios, otro adolescente de 15
años, junto al cual formaba parte de la heroica escuadra táctica de combate de
El Pochote. Cuando don Payín regresó supo que la GN tenía preso a mi papá en la
cárcel “La 21”, que habían cateado la casa y que a Malcolm, Vladimir y a mí,
nos pusieron de espalda a la pared y encañonados, mientras un soldado le
preguntaba al jefe si nos daban agua.
Sufrió
don Payín cuando en un combate, en mayo, hirieron en una mejilla a Denis
Callejas, sobrino de él. Después, mi papá no pudo salir de Managua durante la
ofensiva final (junio-julio de 1979), Harold combatía en el Frente Sur y Luis
ayudaba en la retaguardia en San José.
Por esa razón, la ofensiva final, la toma de León (20-6-79), del fortín
de Acosasco (7-7-79) y el triunfo de la Revolución el 19 de julio, los vivimos
y celebramos con don Payín, quien nos alentaba a cuidar nuestra colección de
balas, casquillos y charneles.
En
octubre cambiamos de casa. Don Payín regresó a vivir a Managua y trabajó como
contador en el Sistema Sandinista de Televisión. Como miembro de la clase media
criticaba los errores de la Revolución y las dificultades que el país vivía,
por lo cual discutíamos; pero jamás optó por abandonar Nicaragua. Sin embargo,
durante gobernaron los partidos de la derecha (1990-2006) siempre fue crítico
del neoliberalismo. Era del voto duro del sandinismo.
Don
Payín siempre nos trató con respeto. Nos
corregía los errores al hablar y los actos de mala educación; y como mi papá, no
nos permitía malas palabras. Gozaba de buen humor. Como nos gustaba el rock,
nos regaló el excelente disco del grupo británico Foghat, “Fool for the city”
(1975). Se burlaba de mí porque durante la ofensiva final me distraje y dejé
quemar el arroz que cocinaba, el cual pasamos comiendo durante una semana.
Gustaba repetir la expresión siguiente: me voy y os dejo, para que los vivos
vivan de los pendejos, que según él fue la última frase de Jesucristo. Varios
de los puntos señalados los incluí en el libro Chavalos de la revolución y
otros ensayos (Universitaria. León. 2011).
Sea
éste, un homenaje al amigo que actuó como un padre en momentos históricos.
León de Nicaragua, 24 de diciembre de 2013
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