Estábamos
en la base militar de Condega, que creo se llamaba general Pedro Altamirano,
como reservistas voluntarios, que formábamos la unidad militar Batería de Morteros de
120mm., de la segunda región militar (unidad integrada por estudiantes, obreros
y campesinos leoneses voluntarios y soldados y oficiales del EPS, que golpeó
fuertemente a la contrarrevolución, entonces llamada Fuerza Democrática
Nicaragüense o FDN, en Madriz y Nueva Segovia, durante 1983-1984), unidad militar en la que yo era el segundo explorador artillero, después del valiente Yader Silva Trujillo (el Genocida), quien era el primer explorador artillero; cuando, un día de tantos, oímos
por radio la aprobación de la Ley del Servicio Militar Patriótico (SMP); nos
alegramos porque seríamos más combatientes defendiendo la Revolución; ya no
sólo seremos los reservistas voluntarios y los soldados permanentes del
ejército, dijimos. Y en esa misma base militar disfrutamos la histórica medalla
de plata ganada por la selección nacional de baseball en los Juegos
Panamericanos de Venezuela de 1983.
Según Ricardo Wheelock, del Consejo Militar del
Ejército Popular Sandinista (EPS), citado por Henry Petrie, las etapas de la
guerra contrarrevolucionaria fueron: a) lucha contra bandas
contrarrevolucionarias (1980-82); b) guerra relámpago (1982-85); y c) guerra de
desgaste prolongado (1985-90). Por otro
lado, en 1983 se instauró el SMP. Entre 1983 y 1989 se movilizaron 149 mil 590
jóvenes, con edades entre 17 y 24 años. Hasta abril de 1989 se habían movilizado
120 mil jóvenes como “Cachorros de Sandino” cumpliendo el SMP. Los voluntarios
representaron hasta el 46% de los jóvenes movilizados; entre enero-junio de
1987, de 27.073 jóvenes movilizados, 12.440 fueron voluntarios. En 1987, de los
25.479 jóvenes desmovilizados, 9.884 (39%) eran miembros de la Juventud
Sandinista 19 de Julio. Las grandes afectaciones del SMP fueron: 18.945
muertos; 16.943 heridos; 5.837 discapacitados; y 14.170 niños huérfanos. En
1989, el 60% de los contrarrevolucionarios desmovilizados tenían menos de 25
años de edad; la aplicación del SMP en el campo ayudó a nutrir las filas
contrarrevolucionarias (Petrie, 1993).
El servicio militar de carácter obligatorio,
instaurado por la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, por medio de
ley aprobada en el Consejo de Estado, no era la primera vez que existía en
Nicaragua –según Kinloch (1999)- pues el presidente Pedro Joaquín Chamorro
Alfaro, el 18 de julio de 1877, expidió un reglamento que estableció el
servicio militar obligatorio para todo nicaragüense que tuviera entre 16 y 55
años de edad. El presidente Chamorro Alfaro justificó el servicio militar
obligatorio basado en el argumento de hacer “efectiva la igualdad en el deber
de servir a la patria, establecido en la Carta Fundamental”. Años después leí
en el catecismo católico que se reconoce como válido el derecho de los
gobernantes a utilizar la ley para organizar a los ciudadanos para defender al
país de una amenaza extranjera. Y la guerra contrarrevolucionaria en Nicaragua
de los años 80 del siglo XX fue una “guerra de baja intensidad” patrocinada y
organizada por una potencia extranjera: Estados Unidos.
Más de setecientos muchachos pelones en formación,
entre los cuales estábamos Oswaldo Martínez, Ronald Rojas, Douglas, Marvin y
yo, que habíamos estudiado en la Facultad Preparatoria de León, era algo
sencillamente impresionante; todos en la madrugada, bajo la llovizna y el frío.
Ronald Rojas sería el jefe político de la primera compañía, a la cual yo
pertenecía, en el Batallón
de Lucha Irregular Ramón Raudales (BLI RA-RA), unidad militar fundada
el 11 de abril de 1986, en Ocotal, Nueva Segovia (el mismo día y en el mismo
lugar en que se fundó el Batallón de Tropas Guarda Fronteras Laureano Mairena).
Marvin, estudiaba en la Facultad Preparatoria, era un
muchacho, de los más jóvenes del grupo, era bajo, delgado, muy respetuoso, del
cual lastimosamente no recuerdo su apellido, estuvo conmigo en la primera
escuadra del primer pelotón de la primera compañía. Oswaldo Martínez fue
enviado al BLI Simón Bolívar, donde fue herido, lo cual supe en una ocasión que
lo encontré en el Parque Central de Matagalpa y me invitó a cenar en su casa.
Empezamos así, peloneándonos unos a otros, el
entrenamiento de lucha irregular de 45 días de duración, dirigido por
instructores cubanos. Tres días antes de llegar a Mulukukú, le insistí a una
muchacha leonesa, que reiniciáramos nuestra relación de novios adolescentes,
como cuando teníamos 14 y 15 años. Ahora teníamos 18. En la adolescencia
terminamos porque sus padres no querían que su hija tuviera novio. Ella tenía
otra pareja. Su respuesta fue no. Solamente logré un beso de despedida porque
yo le conté que al día siguiente me incorporaría al SMP. Era agosto de 1987.
Empezaba el segundo semestre del primer año de la carrera de medicina.
El último día de entrenamiento en Mulukukú, un
instructor cubano nos habló de la diferencia entre los combatientes de Angola y
los de Nicaragua. Nos dijo: ustedes los
nicas son valientes, pues son los que luchan directamente y defienden su
país. En Angola, eran los cubanos los
que tenían que pelear contra el enemigo porque los angoleños se corrían
fácilmente y dejaban solos a los cubanos. Ahora sabemos que, la presencia del
ejército cubano en África fue decisiva para la caída del Apartheid.
Una ametralladora PKM fue
la primera arma que recibí en la Unidad Militar 14-16, mejor conocida como
Batallón de Lucha Irregular Coronel Ramón
Raudales, en octubre de 1987. Me la entregó, un combatiente originario de
Managua, cuyo nombre era Carlos y que tenía como apodo precisamente PKM; él era
un buen combatiente, valiente, osado y era llamado Carlos PKM, o solamente, PKM.
El día que salimos a la primera misión, PKM desarmó, limpió y armó la
ametralladora. Tuvimos el primer combate después de haber caminado durante un
día, desde que salimos de la comarca la Patriota, Matiguás, Matagalpa.
Nuestro pelotón tuvo que
maniobrar, correr y subir lomas. Hubo momentos en que sólo tres de la escuadra
de diez, llegamos a la cima de las lomas. En diferentes cruces de caminos
colocamos la ametralladora lista para disparar a los contras que
escaparan. Al final, dos contras iban
corriendo cerro abajo y me ordenaron dispararles. Pero la ametralladora no
disparó después de tres intentos que yo hice. Entonces, mi jefe de escuadra,
llamado Carlos PKM, me quitó la PKM e intentó disparar dos veces, pero no pudo.
En ese momento recordó que él había limpiado el arma y concluyó que no colocó
la aguja percutora, la cual se había extraviado en la Pedrera (lugar del puesto
de mando del batallón).
Yo comencé a llorar
porque sabía que faltaban por lo menos nueve días para que la misión terminara
y como ya había participado en combates en 1983 y 1984, entonces reconocía el
peligro de andar con un arma pesada que no funcionaba. Y temía que los mandos
creyeran que yo intencionalmente había perdido la aguja percutora y decidieran
sancionarme. Y peor aún, tenía miedo de ser capturado por la contra. Entonces,
tomé un fusil AK-M de uno de los heridos, con todas sus municiones. Mi carga
fue el fusil y la ametralladora, con sus municiones respectivas, y además ayudé
a cargar a los heridos y a un compañero muerto en combate, que apenas tenía
pocos días de haberlo visto.
Al reorganizarnos y
reabastecernos, el jefe de compañía decidió quitarme la ametralladora. Y nunca más me asignaron un arma pesada,
solamente mi fusil. Carlos PKM, en una plática a solas conmigo, me pidió,
sinceramente, disculpas por haber extraviado la aguja percutora. Ese descuido
singular pudo costarme la vida a mí, a él y a varios de mis compañeros. Además
de disculparse, dijo algunas otras cosas como que: durante la primera misión,
yo me había portado valiente y que había hecho un gran esfuerzo, demostrando buena
condición física durante el combate y a lo largo de la misión. Esas dos expresiones fueron de las más
sinceras que recibí durante la guerra y de las que guardo un grato recuerdo,
pues fueron para mí como medallas ganadas, que me llenaron de orgullo.
Después tuvimos muchos
otros combates en lugares como Zinica, Dipina, Iyas, Kuskawás, Yaosca y otros
lugares que no recuerdo su nombre. En uno de los combates, el explorador Juan
Ramón Chávez (el Diablo) aniquiló a tres contrarrevolucionarios, que estaban desprevenidos
en un rancho campesino. Por el impacto psicológico de tal acción, lo enviaron
de permiso a descansar a su casa por un buen tiempo.
Participamos en el
segundo escalón en el operativo Danto 88, lo cual me permitió conocer Bonanza
(el sitio donde nació mi papá), Siuna y Rosita; y acampamos en el río Amaka,
donde varios compañeros fueron afectados por la lepra de montaña
(leshmaniasis).
En el combate de Dipina,
recuerdo entre los compañeros heridos, a Carlos PKM y Ricardo (que era de
Sutiaba, León, y estudiaba ebanistería, en el Instituto Técnico La Salle). De
los pocos compañeros que murieron durante mi estadía en el BLI Coronel Ramón Raudales (RA-RA) de
ninguno de ellos recuerdo su nombre. A uno de ellos le decían el Chino, quien murió en octubre, el
segundo día después de iniciar nuestra primera misión, entrando por la comarca
la Patriota, municipio de Matiguás, departamento de Matagalpa.
Entre los compañeros de
mi escuadra o pelotón que recuerdo están Carlos PKM (de Managua), José Romero (el
Conejo, de Granada), José Antonio Barrantes Selva (Marañón, de Managua), el Cabezón (que era contador y escribía
poemas), Shaggi (lanzacohetero) y Juan
el Pitufo (los tres últimos eran de
León). Era jefe del tercer pelotón Jerónimo Chombo,
un suboficial del EPS. Entre los jefes de compañía recuerdo a Humberto López,
jefe de la primera, que era mi compañía. El jefe de la segunda era un señor de
aspecto campesino, blanco, pelo crespo, Andrés (Quaker). Carlos Flores “Carlitos”
o “Carlín”, era el jefe de la tercera compañía. El jefe de la cuarta compañía
era Anastasio Martínez (Tacho), que entre sus jefes de pelotón tenía a Denis
Sanders (el Miskito). Y Narciso Vargas Gontol, era el jefe de la quinta
compañía. Carlitos y Gontol eran los
mejores jefes de compañía; esa era la impresión generalizada entre los Cachorros de Sandino. El jefe de la
plana mayor del batallón era el teniente primero Mendieta.
De los años en que fui Cachorro de Sandino –como llamaban a los jóvenes que cumplían el SMP–, sólo
conservo una foto tamaño carnet, tomada en febrero-marzo de 1988, en el
campamento central del BLI RA-RA, situado en esos días en la Pedrera, sobre la
carretera a Río Blanco, cuando me recuperaba de lesiones infecciosas e
inflamatorias en la piel de mis pies y piernas (erisipela), causadas por
bacterias y hongos en el lodo. En esos días, leí el libro Días de amor y de guerra, de Eduardo Galeano y pocos días antes del
operativo Danto 88 leí el libro El señor
presidente, de Miguel Ángel Asturias; precisamente este libro leía cuando
nos dieron la orden a todos, incluyendo a los que nos recuperábamos de
lesiones, de integrarnos a la caravana del operativo Danto 88.
En Lisawé, cuando
sucedían las primeras pláticas del Gobierno de la República con la
contrarrevolución (ahora llamada Resistencia Nicaragüense), acostado en una
hamaca, leí con interés literario, de principio a fin, la Biblia, prestada por un compañero de escuadra del contingente más
nuevo, que había sido monaguillo en Chichigalpa, pero cuyo nombre no recuerdo. El Padrino y El Chacal los leería más tarde, en Waswalí, Matagalpa, cuando me
sacaron de la zona de guerra para ser instructor de tiro. Estábamos en el Cuá,
Jinotega, cuando las negociaciones del cese al fuego avanzaban y se empezaban a
formar las agrupaciones de BLI; al final de la tarde, recién me había acostado
en una hamaca, cuando me mandó a llamar el jefe de Registro y Control, Rubén
Sirias, quien me dijo que con Edwin Mendiola iríamos a cumplir una misión, un
curso.
El contingente de 200
jóvenes leoneses fortaleció al BLI RA-RA. A partir de nuestra llegada, en
octubre de 1987, se sucedieron una serie de acciones combativas en Matagalpa,
Zelaya Central y Zelaya Norte que le permitieron a nuestro BLI ganar la Bandera
de Combate, en un periodo menor de seis meses; bandera que recibimos a inicios
de abril de 1988, es decir, dos después de la fundación del BLI RA-RA. El
capitán Roberto Sancam Ruiz, quien había sido estudiante de ingeniería
industrial, era el jefe de batallón, cuando nuestro contingente llegó y ganó la
bandera de combate. Atrás quedaba el mal recuerdo que nos contaban los
compañeros más veteranos, cuando en el caño la Cruz, en el departamento de
Jinotega, las fuerzas de la contrarrevolución emboscaron al BLI Ramón Raudales,
le causaron muchas bajas y secuestraron a algunos combatientes.
Durante unas prácticas de
tiro en Lisawé, cuando empezaban las pláticas de paz con la contrarrevolución,
un jefe de escuadra cuyo nombre era Javier Peck, le señaló a los mandos del BLI
RA-RA, que aunque yo no era el que pegaba con más frecuencia en los blancos, sí
tenía el mejor porcentaje de disparos acertados en los blancos más distantes,
lo cual creo que sirvió de algo cuando estando en el Cuá, Jinotega, en octubre
de 1988, una tarde, mientras las negociaciones del cese al fuego avanzaban y se
empezaban a formar las agrupaciones de BLI, me llamó el jefe de registro y
control teniente Rubén Sirias, para decirme que había sido seleccionado junto a
Edwin Mendiola para recibir un curso de instructor de tiro; obviamente que el
nivel académico había influido en dicha selección. Edwin no se pudo ir conmigo
a León el día que nos desmovilizaron porque el jefe lo retuvo, lo cual fue muy
triste para nosotros dos, sobre todo para él; luego, en tiempos de paz, se
graduó de ingeniero.
Pues salimos de la zona
de guerra y nos trasladaron a la base militar de Waswalí, Matagalpa, donde el
jefe de Preparación Combativa era el teniente primero Montenegro. Unos días
después nos enviaron a Pueblo Nuevo, Estelí, en la escuela militar Facundo
Picado, donde nos entrenaron como instructores de tiro, durante un mes. En ese
lugar, pasamos en un cerro cercano, con muchas piedras y sin árboles, la noche
más dura del huracán Joan. Uno de nuestros instructores era un teniente
apellido Fischer (que hace poco falleció, con el grado de teniente coronel);
pero escrito con “c” después de la “s” como en la versión alemana y original
del apellido; por lo cual, no éramos familiares ya que mi apellido se escribe
como la versión inglesa sin “c”: Fisher. Luego, fuimos parte de Preparación
Combativa (Pre-Comb) y entrenamos a campesinos de los batallones de reservistas
en una escuela de campaña cerca del municipio de la Concordia, donde el jefe
era el teniente Orlando Salazar (periodista leonés, q.e.p.d.); y nuestro centro
de mando estaba en Waswalí.
Al cumplir el SMP me
reintegré al segundo semestre del primer año de la carrera de medicina, en
agosto de 1989, hasta finalizar el quinto año en 1993, realizar el internado en
1994 y recibir mi título de médico y cirujano, en 1995.
Managua, Nicaragua, 31 de julio de
2017; 13-14 de abril de 2024
Escritos de Lenin Fisher:
reflexiones sobre la vida e historia de Nicaragua.
https://leninfisher.blogspot.com/2017/07/batallon-de-lucha-irregular-bli-ramon.html
Referencias
1- . Fisher, L.
(2011). Chavalos de la revolución: testimonio de la Nicaragua sandinista de los
años ochenta. En: Chavalos de la revolución y otros ensayos. Universitaria.
León, Nicaragua. 254
2-. Kinloch Tijerino, F. (1999). Nicaragua: identidad y cultura
política. Managua. Impresiones y troqueles. 384
3-. Petrie, H. (1993). Jóvenes de
Nicaragua: una historia que contar. San Rafael. Managua. 285