Nicaragua en el libro Patas arriba,
la escuela del mundo al revés,
de Eduardo Galeano
Lenin
Fisher
El genial escritor uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 3-9-1940 / 13-4-2015),
apuntó en la página 247 de su obra Patas arriba, la escuela del mundo al revés (4ta.
ed. XXI. 1999: 365), bajo el título de No es un chiste/1, como parte de La
impunidad del sagrado motor, en el capítulo Clases magistrales de impunidad, lo
siguiente:
“1996, Managua,
barrio las Colinas: noche de fiesta. El cardenal Obando, el embajador de los
Estados Unidos, algunos ministros de gobierno y el novamás de la sociedad
local, asisten a la ceremonia de inauguración. Se alzan copas brindando por la
prosperidad de Nicaragua. Suena la música, suenan los discursos.
–Así se crean fuentes de trabajo, así se edifica el progreso –declara el embajador.
–Me parece que estamos en Miami –se derrite el cardenal Obando. Sonriendo ante las cámaras de televisión,
su eminencia corta la cinta roja. Queda inaugurada una nueva gasolinera de
Texaco. La empresa anuncia que instalará otras estaciones de servicio en los
próximos meses.”
Luego, en la página 269, bajo el título de El gran día, y dentro
Lecciones de la sociedad de consumo, del capítulo Pedagogía de la soledad, escribió:
“Viven de la basura
y viven en la basura, en casas de basura, comiendo basura. Pero una vez al año,
los carretones de Managua son los protagonistas del espectáculo que más público
atrae. Las carreras de Ben Hur nacieron de la inspiración de
un empresario que regresó de Miami con la intención de contribuir “a la
americanización de Nicaragua”.
Alzados sobre los
carros de la basura, los basureros saludan, puño en alto, al presidente del
país, al embajador de los Estados Unidos y a las demás autoridades que decoran
el palco de honor. Sobre sus harapos de siempre, los competidores lucen amplias
capas de colores, y en las cabezas llevan cascos emplumados de guerreros
romanos. Los destartalados carretones han recibido pintura nueva, para que
mejor brillen los nombres de los sponsors. Los caballos, famélicos,
llagados como sus dueños, castigados como sus dueños, son los corceles que
volarán para otorgar a sus dueños la gloria o alguna caja de refrescos.
Chillan las
trompetas. Baja la bandera, la carrera se desata. Los látigos aporrean las
huesudas ancas de los jamelgos, mientras la multitud delira:
– ¡Co-ca-co-la! ¡Co-ca-co-la!”
Y en la página 318, en El estadio y el palco, como parte del capítulo La
contraescuela, Galeano apuntó:
“En los años
ochenta, el pueblo de Nicaragua sufrió castigo de guerra por creer que la
dignidad nacional y la justicia social eran lujos posibles para un país pobre y
chiquito.
En 1996, Félix
Zurita entrevistó al general Humberto Ortega, que había sido revolucionario.
Mucho habían cambiado los tiempos, en tan poco tiempo. ¿Humillación?
¿Injusticia? La naturaleza humana es así, dijo el general: nunca nadie está
conforme con lo que le toca.
–Hay una jerarquía, pues –dijo. Y dijo que la sociedad es como un estadio de fútbol:
–Al estadio entran cien mil, pero en el palco caben quinientos. Por mucho
que usted quiera al pueblo, no puede meterlos a todos en el palco.”
Pero en la edición de 1998 el texto era de mayor tamaño, porque entre las
frases “…que había sido revolucionario.” y “Mucho habían cambiado los tiempos…”
incluyó lo siguiente:
“Con diez
años de guerra fue castigada Nicaragua, cuando cometió la insolencia de ser
Nicaragua. Un ejército reclutado, entrenado, armado y orientado por los Estados
Unidos atormentó al país, durante los años ochenta, mientras una campaña de
envenenamiento de la opinión pública mundial confundía al proyecto sandinista
con una conspiración tramada en los sótanos del Kremlin. Pero no se atacó a
Nicaragua porque fuera el satélite de una gran potencia, sino para que volviera
a serlo; no se atacó a Nicaragua porque no fuera democrática, sino para que no
lo fuera. En plena guerra, la revolución sandinista había alfabetizado a medio
millón de personas, había abatido la mortalidad infantil en un tercio y había
desatado la energía solidaria y la vocación de justicia de muchísima gente. Ése
fue su desafío, y ésa fue su maldición. Al fin, los sandinistas perdieron las
elecciones, por el cansancio de la guerra extenuante y devastadora. Y después,
como suele ocurrir, algunos dirigentes pecaron contra la esperanza, pegando una
voltereta asombrosa contra sus propios dichos y sus propias obras.”
En 1996, gobernaba el país la derecha neoliberal y conservadora, que
llegó al poder a través de las elecciones organizadas por los sandinistas el 25
de febrero de 1990, bajo una doble espada de Damocles: la contra-revolución que
se negaba a desmovilizarse y el ejército yanqui, que había invadido Panamá, en
diciembre de 1989. La derecha, política y económica, asumió el gobierno el 25
de abril de 1990 y lo entregó, después de tres periodos, nuevamente al FSLN, el
10 de enero de 2007, tras perder las elecciones de noviembre del año anterior.
Managua, Nicaragua, 23-24 de octubre de 2015
Escritos de Lenin Fisher: reflexiones sobre la vida e historia de
Nicaragua.
leninfisherblogspot.com