domingo, 8 de diciembre de 2019

MEMORIAS DE LEÓN



Memorias de León


A los 500 años de la tradicionalmente gallarda,
como le llamó el comandante Carlos Fonseca,
 ciudad de León.

Lenin Fisher

León era, a finales de la década de 1920 e inicios de 1930, de acuerdo a Cruz (2010), a quien cito textualmente:

“…un pueblo algo grande, de calles empedradas e iglesias. El calor era intenso y las tormentas causaban pavor a los niños. Las madres hacían cruces de cenizas en el piso y rodeadas de sus pequeños rezaban el rosario. Con cortos intervalos el resplandor del relámpago seguido por el estruendo del trueno interrumpían los rezos y eran motivos de comentario. ¿Oyeron qué cerca? Debe haber caído en la torre de la iglesia la Recolección. Recios aguaceros y vendavales solían inundar las calles en cuyas corrientes los muchachos (…cipotes) jugaban con sus barquitos de papel o los vadeaban con zancos.” (p. 187).

“Los coches para pasajeros tirados por caballos constituían el grueso del tráfico. Los automóviles eran pocos. Comunes eran los jinetes prósperos: hacendados, médicos y ciertos sacerdotes. Otros jinetes más modestos eran pequeños agricultores, mandadores de fincas y lecheros (...) en León circulaban carretas de bueyes, carretones tirados tanto por caballos como a mano.” (p. 187).

“La presencia de los infantes de marina estadounidenses era notable. Ya fuera al mando de auxiliares nacionales de la G.N. [Guardia Nacional] en marcha hacia la zona caliente, o haciendo vida social en la refresquería [del Capi] Prío. Una mañana se escuchó un gran ruido que llenó de curiosidad a muchos habitantes que nunca habían visto tractores para trabajos de caminos. El roce de las orugas contra el empedrado explicaba el escandaloso ruido. Los marines daban, sin intención, una demostración del progreso tecnológico en el hemisferio norte a atrasados nativos del trópico.” (p. 187-188).

Recuerda Cruz (2010) que en esos años de la ocupación militar yanqui, durante la guerra de Sandino, en León circulaba legal y libremente el dólar, incluyendo monedas de pequeña denominación (dime, nickel y  penny), debido a que existía una estricta paridad del córdoba con el dólar.

En León fue que por primera vez Cruz escuchó la palabra bandolero; término con el cual los yanquis, la Guardia Nacional y la oligarquía se refería a Sandino y su ejército guerrillero. En el cine de repente se escuchaba un grito que decía: don Virgilio, don Virgilio, dice la niña Licha que se vayan ya a la casa porque dicen que los bandoleros están en Telica. Por otra parte, en el barrio San Juan, una noche, se escuchó un fuerte grito: ¡Viva Sandino! Las puertas fueron cerradas y las mujeres rezaron diciendo: ¡Santo Dios, santo fuerte, líbranos de todo mal! Al día siguiente se supo que quien había gritado era el estudiante Nicolás Arrieta, según Cruz (2010).

Según Cruz (2010), en una ocasión, a inicios de la década de 1930, en la ciudad de León, los clientes de una barbería situada en la esquina opuesta a la iglesia de la Recolección, vieron  como un hombre castigaba a otro, dándole latigazos. El látigo corto era llamado tajona y estaba reforzado con trozos de metal, plomo. La víctima sangraba de la cara, su camisa estaba destrozada y no podía escaparse porque estaba acorralado contra la pared del almacén llamado la Providencia. La gente alrededor solo observaba, conmovida e inerme. El victimario y la víctima eran gente común, no acaudalados.

En otra oportunidad Cruz (2010) relata que un grupo de chavalos vieron que había una vela, en el salón principal de una casa elegante, propiedad de una familia aristocrática, oligárquica, en el barrio San Juan. La razón era que un hombre de apellido Lacayo había matado a otro hombre de apellido Gurdián. La gente decía: Es…Gurdián, dicen que lo tiró…Lacayo.

De esa manera  Cruz (2010), describe la violencia en León, tanto en la gente pobre como de alta sociedad.

Según Cruz (2010), en León vio por primera vez que un niño vende tortillas entrara a una casa y pidiera dinero porque las tortillas se habían mojado con la lluvia al caer en un charco; y más tarde, ese mismo niño, estaba haciendo el mismo truco en otra casa.

Visitaban León cada cierto los circos Dumbar y Ataide, que traían payasos, bailarinas, elefantes, monos, cebras, etc., de acuerdo a Cruz (2010).

Otro elemento extranjero y más intrigante que los soldados yanquis eran, según Cruz (2010), y cito textualmente:

“…los húngaros. Se trataba de gitanos que procedían de Europa Central. Vestían en forma muy novedosa, colores subidos; los hombres, amarrada la frente; las mujeres cubiertas por pañuelos; [y] ambos sexos, grandes aretes. Estos extravagantes personajes cobraban por “leer la suerte”. Los húngaros, transeúntes después de todo, se hospedaron en el barrio de la Estación. Allí estaba lo que podría llamarse zona de tolerancia. A espaldas de sus padres, los cipotes la incursionaban para ir a asomarse en las ventanas de barrotes de casas prohibidas y ver bailar a “hombres del centro” con “mujeres malas.” (p. 188).

“No toda la gente del barrio de la Estación era de mala reputación. La mayoría eran familias correctas de modestos ingresos. Allí vivía el maestro Nilo, un viejito costarricense que daba clases en el colegio del padre Zapata. Tenía la vocación de preparar alumnos para recibir la primera comunión.” (p. 188).

En cuanto a la educación primaria, en León, recuerda Cruz (2010), lo siguiente:

“Nuestra madre nos matriculó a mi hermano mayor y a mí en el colegio de la niña Juanita Pinell. Este centro mixto de educación dirigido por esa prestigiosa matrona de la Calle Real, frente a una iglesia, era excelente. En una esquina del aula de primer grado se encontraba una rueda de banquillos separada por una cortina negra. Decían que ahí celebraba sus sesiones espiritistas el maestro Paguaga, esposo de la niña Juanita. En esos años estuvieron de moda los médicos invisibles.” (p. 188-189).

Una placa conmemorativa, en homenaje a Juanita Pinell y el maestro Paguaga, se puede leer todavía en el frontispicio de una casa colonial situada en el barrio el Sagrario, de la Casa de Salud Debayle media cuadra al este.

El leonés sufre del síndrome de “ser hombre que no se raja”, el cual es muy fuerte en la idiosincrasia local. La disposición al duelo figura hasta en las diversiones, según Cruz (2010). Un ejemplo, es el juego de las lechuzas (llamados barriletes en Managua y otras partes) y cito textualmente al autor:

“Algunas del tamaño de un hombre de regular estatura y hechas de tela. Para elevarlas recurren a cuerdas de cáñamo, en la cola van prendidas cuchillas filosas. Son para el combate. Cualquier tarde, durante los meses secos y ventosos tienen lugar encuentros entre barrios. La idea es derribar a golpes de cola el lechuzón del contrincante; tal es el objeto de “ennavajarlos”, igual que si fuera pelea de gallos.” (p. 189-190).

En cuanto a Sutiaba, Cruz (2010), recuerda:

“Todos los días, niños poblanos hacen descubrimientos en la metrópolis. El último de estos, ver a indios que fue aldea precolombina, Sutiaba. Se sienten confundidos de que estos indios no sean Pieles Rojas. Si son igualitos a nosotros [dicen los niños].” (p.191).

Además, Cruz (2010), apunta:

“Algunos nicaragüenses de mi generación, al visitar España pueden encontrar en algunos pueblos al sur de la península ibérica algo del sabor de León de Nicaragua, de su niñez. La catedral con su tumba del más ilustre leonés, nacido [por obra del azar], en un pueblecito de provincia, resguardada por un león; las casonas, monjas, hermanas de la caridad, novicios del sacerdocio y [estudiantes] universitarios. Y hasta un fortín. En ese León donde se juntan la mística religiosa con el afán intelectual, sus habitantes han grabado [en latín] una gran verdad en la puerta del cementerio [de Guadalupe]: La muerte nos hace iguales.” (p. 191-192).

Viajar en tren, significaba disfrutar sobre rieles, un desfile de estampas de la vida en Nicaragua, de acuerdo a Cruz (2010):

“…el Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua, con el complemento del transporte lacustre era la arteria de enlace entre las poblaciones del occidente nicaragüense, costero al océano Pacífico. Por razones de economía, en la mayoría de las familias de clase media, papá y mamá, junto con las hijas, sobre todo las ya señoritas, van en primera clase, en cambio los varones, acompañados de un adulto, generalmente una doméstica viajaban en segunda clase. Los asientos de primera eran de petaca, los de segunda de madera. Un niño disfrutaba igual el paseo.” (p. 192-193).

“Tomando por la mañana el tren procedente desde el puerto de Corinto, al salir de León, el escenario captado desde las ventanas de pasajeros era una extensa planicie cortada a tramos por alamedas. Ganado vacuno pastando  y campistos pastoreándolo. Con el ímpetu de la juventud, algunos jinetes dan rienda suelta a sus cabalgaduras para galopar paralelos al tren en marcha.” (p. 192).

“En esa ruta, la primera estación es La Paz Centro, lugar de la primera merienda: cosa de horno. La siguiente parada es Nagarote: mojarras y plátanos fritos. Después Mateare con vistas al lago Xolotlán. En una oportunidad, los viajeros pudieron observar a un caimán que unos cazadores tenían amarrado a un árbol; lo mataban a hachazos con el propósito de vender el cuero.” (p. 192-193).

“Pronto se llegaba al Boquerón, donde se disfrutaba del clásico almuerzo de guapote frito acompañado de tortilla y tiste. Si el viajero tenía la suerte de que su carro quedar sobre el puente o cerca podía deleitarse viendo a los patos, que abajo, solían nadar. El tramo los Brasiles-Managua se inundaba si las lluvias invernales eran torrentosas, lo cual hacía necesario que los pasajeros abordasen pangas para navegar el desvío. Los menores encontraban tal inconveniente de lo más divertido al cruzar por un rato aguas costeras del lago Xolotlán, frente a la isla de Pájaros y con el majestuoso volcán Momotombo a la vista. En Managua descendían del tren pasajeros procedentes de las poblaciones occidentales, quienes venían a la capital a hacer gestiones oficiales, principalmente. Aquellos que se montaban iban destino a oriente, o a hacer conexión para el sur. En la estación de Managua había fresqueras; sin embargo, los viajeros raras veces consumían algo. Esperaban llegar a Sabana Grande para darse gusto con las famosas tortillitas rellenadas con queso y conocidas como rellenitas, a las que en otros países de Centroamérica llaman pupusas.” (p. 193).

Entre los recuerdos de la infancia, en León, de Álvarez (2013), destacan los siguientes:

“Era costumbre que cuando fallecía una hija a edad temprana, sus padres maternos recogían a sus nietos pequeños. En los hogares pudientes conseguían a chinas para que los cuidasen. Conforme a ello, mis abuelos leoneses contrataron a mamá Tránsito y mamá Eva. La primera fue auxiliar voluntaria como “aguatera” del ejército liberal durante el gobierno del general José Santos Zelaya [López]. Estas mujeres distribuían el líquido vital a los soldados en las trincheras. (p. 24-25).

“Mamá Eva (…) era una india mestiza de Sutiaba que recitaba en su idioma el Ave María y nos leía Las mil y una noches. Su tumba está señalada por una lápida de mármol negro con letras doradas y una leyenda: A mamá Eva, de sus hijos agradecidos. Emilio y Juanita.” (p. 25-26).

En León, la casa de los abuelos maternos era un solariego lugar con un bello jardín; su fuente, plantas florecidas y árboles frutales eran un pedazo del paraíso terrenal, según Álvarez (2013). De su abuelo materno Venancio Montalván o papá Venancio, recuerda lo siguiente:

“…inclinado a adquirir latifundios agrupados en cinco haciendas: el Porvenir, las Grietas, San Ramón, Palo Grande y las Lajas, en las cuales las tierras se medían por caballerías y no por manzanas (…). En sus últimos años, en temporada de verano, viajaba a sus propiedades en un carromato con ruedas metálicas, tirado por una cuadrilla de poderosos caballos. Perteneció toda su vida al Partido Conservador y le llamaban olanchano porque poseía propiedades en el sureste de Honduras.” (p. 26-27).

Al morir el padre de Venancio, siendo él un niño, quedó a cargo de su madre en Chichigalpa, donde se ganaba la vida elaborando aceite de coyol que vendía a la alcaldía para llenar los faroles forrados de vejiga de buey, en las esquinas del poblado. Cuando la madre murió, Venancio se trasladó a León, estudió medicina. En ese tiempo era de rigor recibir el diploma vestido de levita, para lo cual tuvo que aprender sastrería. Como partero tuvo gran éxito porque empleó el fórceps por primera vez en León, de acuerdo a Álvarez (2013).

Venancio Montalván realizaba, de acuerdo a Álvarez (2013) “…sus transacciones económicas en la tertulia de doña Juanita de Ortiz, viuda del general Anastasio Ortiz. [A] esas reuniones llegan los cabezas de familias principales como los Balladares, Reyes, Argüellos, Icazas y otros. Al cerrar los negocios solo se estrechaban las manos, mientras doña Juanita servía de único testigo. La dueña de casa era una compulsiva fumadora de cigarrillos preparados por ella misma, envueltos en un papel fino de color amarillo, que contenían tabaco picado y granos de anís, cuyo humo acre impregnaba el ambiente.” (p. 28).


Cuando derrocaron al gobierno liberal de Zelaya, en 1909, los conservadores tomaron el poder y Venancio Montalván asumió el ministerio de gobernación y luego el ministerio de hacienda. Renunció al cargo cuando el presidente Diego Manuel Chamorro no pudo negarle que se había comprometido a pagar 10 mil dólares a un abogado gringo, que le sirvió de gestor o hizo lobby para que el Departamento de Estado lo aceptara como sucesor de su sobrino el general Emiliano Chamorro. Montalván le mostró el pagaré al presidente D. M. Chamorro y le dijo: Le falsificaron la firma, entonces, según Álvarez (2013).

La esposa de Venancio Montalván, doña Pilar Herdocia Lacayo, fue protectora de las monjas de la Asunción y junto a Margarita Paniagua, Marlene Montalván y otras señoras fundó el Asilo de Ancianos. Ella llevaba siempre un vestido de mangas largas con bordados, calzaba botas altas de cabritilla negra y botones que abrochaba con una ganzúa, de acuerdo a Montalván (2013).

Doña Pilar Herdocia Lacayo nunca fue a comprar a las tiendas. Se contentaba con llamar a don Asad Zogaib, emigrante libanés, que concurría con dos maleteros ayudantes, los cuales desplegaban la mercancía, frente a ella, en el suelo. Así compraba cortes de seda, ropa interior de lana española, rebozos, mantillas, frascos de perfumes franceses, loción de Laman y Kemp, chaquetas de cuero o piezas de casimir inglés (vendidas por yardas). Ella firmaba la factura sin ver el precio. Por la mañana de cada sábado, sentada en su butaca, esperaba que llegaran los mendigos, quienes hacían fila, para recibir una limosna, al final de lo cual, los nietos recibían su semanario: un dime (moneda de plata de diez centavos de dólar), recuerda Montalván (2013).

Agrega Montalván (2013):

“Donde los Montalván había un constante ajetreo. A Juanita y a mí nos fascinaba ver entrar y salir del zaguán enlajado las carretas tiradas por robustos bueyes que venían de las haciendas, cargadas de quesos, mantequilla, plátanos y granos. A su regreso, llevaban los materiales para las labores de campistos, mandadores y peones, a quienes llamaban realeros, porque recibían un real por cada tarea.” (p. 30).

“Nunca vi a mi abuelo o a mis tíos leer un libro, a lo más el diario El Centroamericano, para enterarse de las cotizaciones del café. Mi hermana Juanita fue colocada como externa en la Asunción, mientras a mí me pusieron en el kindergarten de las hermanas Macías, las que se ayudaban con su escuelita de párvulos y una pulpería. Ahí tuve, a los cinco años, mi primera amiga, la dulce Teresita Sáenz, quien siempre llevaba un gracioso lazo de tafetán en la cabeza. En 1924, pasé a infantil, en el colegio San Ramón, con el maestro Guillermo O´Neill, de grandes bigotes y fumador compulsivo, llenando el aula de un humo impregnado de vainilla, mientras con una reglita se empeñaba en enseñarnos a leer de corrido. Allí pasé el primero y segundo grados.” (p. 30).

El doctor Oscar Aragón Téllez recuerda que siendo niño, a inicios de la década de 1950, viajó algunas veces con su padre (Manuel Aragón), a comprar cerdos, hacia el norte de la ciudad de León, entre los barrios San Carlos y Estrella, que durante la Revolución Sandinista serían llamados Benjamín Zeledón y William Fonseca, respectivamente.

La vía de comunicación era una trocha, estrecho camino entre dos barrancos, porque la trocha había partido una serie de pequeñas lomas. Circulaban las personas montadas a caballo, carretones halados por caballos o carretas de bueyes.

Cuando una persona llega al inicio del camino, al salir de la ciudad, es decir, el barrio San Carlos (Benjamín Zeledón), tenía que sonar un cuerno de buey o un caracol para que lo oyera la persona que quería entrar por el otro extremo del camino, o sea, por el reparto Estrella (William Fonseca).

El sonido del cuerno o del caracol se oía de extremo a extremo. Si alguno de los viajeros no atendía el sonido primero y se encontraba con el otro viajero, obstruyéndose el paso, entonces, iniciaba una discusión, que terminaba en disputa, pelea, machete, cuchillo o balazos.

Por su parte el odontólogo Julián Chiong Meléndez relata que en la década de 1950 el alumbrado público en León era escaso. Había una lámpara en cada intersección y dicho servicio se extendía desde el centro de la ciudad (Catedral y Parque Central) hasta cinco o seis cuadras, en dirección de los cuatro puntos cardinales.

Relata el doctor Chiong Meléndez que el doctor José H. Montalván entregaba una medalla de oro al mejor alumno de una escuela pública de primaria, que llevaba el nombre de su padre, José Montalván, y que estaba ubicada en el barrio San Felipe, de la iglesia media cuadra al sur, a mano izquierda. Cuando Chiong Meléndez ganó el primer lugar de la promoción de sexto grado, no pudo recibir la medalla de oro, porque precisamente ese año, el doctor Montalván dejó de entregar dicho premio.

En la misma cuadra donde estaba la escuela José Montalván se ubicaba la escuela José de la Cruz Mena, media cuadra más al sur de la primera.

El doctor J. H. Montalván, un destacado galeno leonés, llegó a ser vice-rector de la Universidad Nacional y durante el ejercicio de este cargo se logró la autonomía universitaria, lucha encabezada por el rector Mariano Fiallos Gil. En la casa donde vivió, actualmente está ubicado el Consulado de España (avenida central, de la Catedral tres y media cuadras al norte).

En León había tres grandes aserríos: Santa Fe, Pereira y Muñuca. Los dos últimos ubicados en San Felipe; mientras que el otro se ubicaba al lado este de la línea férrea, en el barrio el Coyolar. El primero que cerró fue el aserrío Pereira, y eso se debió a la muerte del propietario original. Muñuca era el apodo del dueño del otro aserrío, cuyo apellido era Hernández y se caracterizaba por ser mal hablado.

El autor de este escrito miró funcionar, todavía a finales de la década de 1970 y la mayor parte de la década de 1980, a los aserríos Santa Fe y Muñuca.

Managua, Nicaragua, 8 de diciembre de 2019
Escritos de Lenin Fisher: reflexiones sobre la vida e historia de Nicaragua.
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Referencias
Álvarez Montalván, E. (2013). Dos ángeles guardianes. En casa de mis abuelos maternos (1921-1928). En: Médico de vocación y aficionado en política. La Prensa. Managua, Nicaragua. p. 24-30
Cruz Porras, A. J. (2010). León. Un mes convulsivo: mayo de 1947. En: Crónica de un disidente. Lea. Managua, Nicaragua; p.186-195

LA QUEBRADA DE LOS DECAPITADOS


La quebrada de los decapitados

Lenin Fisher

Durante la guerra anti-intervencionista que el general Augusto Sandino, al mando del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua (EDSNN), libró contra las tropas de Estados Unidos, un pequeño grupo de guerrilleros sandinistas, en el año de 1930, rondaban la periferia de la ciudad de Matagalpa.

El grupo llegó a la casa de Francisco Amador Pineda, a quien le pidieron comida, armas y dinero. Amador Pineda les dio de comer y les entregó un revólver Colt y un rifle Remington; pero no pudo entregarles diez mil pesos que pedían porque no los tenía. Los guerrilleros le dijeron que lo llevarían con él para integrarlo a la revolución.

Los sandinistas se fueron y dijeron que volverían. Uno de ellos había sido trabajador de Amador Pineda y fue reconocido por éste, quien le señaló que lo había sorprendido y que anteriormente lo había espiado. Eran días en que si pasaban los guerrilleros sandinistas o la Guardia Nacional (GN) se llevaban lo que pedían.

El grupo de rebeldes patriotas llegó a la hacienda la Grecia, el 29 de junio, día de San Pedro y San Pablo, un día festivo, donde celebraron con licor y se fueron a dormir a una quebradita que estaba dentro de los linderos de la propiedad de Amador Pineda, pero a dos kilómetros de la casa de éste.

La violación de las normas básicas de seguridad permitió que la GN los sorprendiera borrachos y los matara a todos, excepto a uno, el cual fue hecho prisionero. Posteriormente, los soldados de la GN decapitaron a cada uno de los guerrilleros sandinistas y las cabezas de éstos fueron metidas en un costal. Cuando la GN pasó por la casa de Amador Pineda le pidieron un caballo para cargar el saco manchado de sangre.

Posteriormente, la GN exhibió las cabezas de los guerrilleros sandinistas en la plaza pública de Matagalpa, donde las clavaron en estacas, como escarmiento para la población.

Desde aquel suceso y por mucho tiempo, Cafetal de los descabezados fue el nombre que la gente le dio a aquel cafetal donde los guerrilleros sandinistas fueron asesinados y decapitados.

Este es un recuerdo de la infancia del doctor César Amador Kühl, que relató en su libro Memorias de mi vida.

Managua, Nicaragua, 8 de diciembre de 2019
Escritos de Lenin Fisher: reflexiones sobre la vida e historia de Nicaragua.
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Referencia
Amador Kühl, C. (2012). Días de soledad. En: Memorias de mi vida. Managua, Nicaragua. PAVSA.

jueves, 5 de diciembre de 2019

CRITICA AL LIBRO DE LEON AL BUNKER


Crítica al libro De León al búnker

Lenin Fisher

El libro De León al búnker, publicado por Editarte, en 2003, y cuyo autor es el periodista Guillermo Cortés Domínguez, es un interesante libro que tiene un mérito incuestionable: ser el primer libro publicado que reivindica el hecho histórico de que fue el Frente Occidental Rigoberto López Pérez (FORLP), el frente guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en entrar a Managua, en las primeras horas de la mañana del 19 de julio de 1979, el día en que oficialmente triunfó la Revolución Popular Sandinista, hasta llegar a tomarse el búnker del dictador Anastasio Somoza Debayle y todo el complejo militar de la Loma de Tiscapa.

A lo largo de seis capítulos y 391 páginas, precedido por el prólogo de Julio Valle Castillo, describe la insurrección popular en la ciudad de León, en 1979, y brinda detalles de la toma de las posiciones de la Guardia Nacional (cárcel la 21, comando departamental, Cartonera, fortín de Acosasco), hasta convertir a León en la primera ciudad liberada; así como del avance de los guerrilleros que salieron desde la ciudad León hacia Managua, mencionando las acciones del empalme de Izapa, La Paz Centro y Nagarote.

Cita los testimonios de varios combatientes históricos, resaltando los de Oscar Cortés Marín (el Chele Marcos) y Leopoldo Rivas Alfaro (Oscar). Si bien el libro tiene información valiosa, también presenta varios errores o déficits, lo cual es inevitable porque fue escrito 23 años después de los hechos y el sesgo de memoria influye inevitablemente en los protagonistas. Algunos criticaron exageraciones, omisiones e imprecisiones. No obstante, el error más importante del autor es que lanza críticas sin sentido, que la derecha reaccionaria y neoliberal, así como los traidores del sandinismo, acostumbran hacer al FSLN y el Comandante de la Revolución Daniel Ortega Saavedra.

De León al búnker me inspiró para escribir las dos ediciones del libro La toma del búnker de Somoza y me fue muy útil como referencia bibliográfica. Estoy seguro que ahora existe mucho más información historiográfica sobre lo ocurrido el propio 19 de julio de 1979 y el trascendental papel de los combatientes urbanos, provenientes de León, que formaban las columnas del FORLP, las cuales marcharon victoriosas desde la ciudad principio del fin de la tiranía y Capital de la Revolución hasta tomar el búnker de Somoza.

Managua, Nicaragua, 5 de diciembre de 2019.
Escritos de Lenin Fisher: reflexiones sobre la vida e historia de Nicaragua.
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