lunes, 28 de noviembre de 2011

RUBEN DARIO EN LA NOVELA DE GABRIEL GARCIA MARQUEZ "EL OTOÑO DEL PATRIARCA"

Rubén Darío en la novela de
Gabriel García Márquez
 “El otoño del patriarca”
Lenin Fisher

En la novela “El otoño del patriarca” del colombiano Gabriel García Márquez, se menciona en diferentes oportunidades a Rubén Darío, el poeta nicaragüense, conocido como “El Príncipe de las Letras Castellanas”.

Por lo antes señalado, en dicha novela (publicada en 1975), el Premio Nobel de Literatura, nacido en Aracataca, hace un homenaje al bardo nicaragüense, nacido por casualidad en Metapa.

La primera referencia a Darío es la siguiente:

 “…porque un domingo de hacía muchos años se habían llevado al ciego callejero que por cinco centavos recitaba los versos del olvidado poeta Rubén Darío y había vuelto feliz con una morrocota legítima con que le pagaron un recital que había hecho sólo para él, aunque no lo había visto, por supuesto, no porque fuera ciego sino porque ningún mortal lo había visto de los tiempos del vómito negro…” (Norma. Bogotá. Verticales de bolsillo. Biblioteca García Márquez. 2008: p. 11).

El ciego callejero recitaba los poemas de Darío al Patriarca, en su otoño, a quien el pueblo no miró por muchos años a través de los cuales ejerció el poder como el típico dictador latinoamericano del siglo XIX.

El excelso escritor colombiano se refiere por segunda vez al panida nicaragüense, así:

“…cargaba en furgones militares cuanto le complacía a su voluntad sin más sacrificios de su parte que la orden perentoria de que le pasen la cuenta al gobierno. Era tanto como decir que le cobraran a Dios, porque nadie sabía desde entonces si él existía a ciencia cierta, se había vuelto invisible, veíamos los muros fortificados en la colina de la Plaza de Armas, la casa del poder con el balcón de los discursos legendarios y las ventanas de visillos de encajes y macetas de flores en las cornisas que de noche parecía un buque de vapor navegando en el cielo, no sólo desde cualquier sitio de la ciudad sino también desde siete leguas en el mar después de que la pintaron de blanco y la iluminaron con globos de vidrio para celebrar la visita del conocido poeta Rubén Darío, aunque ninguno de esos signos demostraba a ciencia cierta que él estuviera ahí, al contrario, pensábamos con buenas razones que aquellos alardes de vida eran artificios militares para tratar de desmentir la versión generalizada de que él había sucumbido a una crisis de misticismo senil,…” (Ob., cit. p. 195-196).

Otra referencia es:

 “…la furia del temporal que de milagro no echó a pique el barco bananero en que llegó pocas horas después el joven poeta Félix Rubén Darío Sarmiento que había de hacerse famoso con el nombre de Rubén Darío,…” (Ob., cit. p. 204).

Según la novela, Darío ofrecería un recital lírico en el Teatro Nacional donde estarían presentes el Patriarca y su mujer, Leticia Nazareno. La referencia más extensa que hace García Márquez tiene que ver con el poema titulado “Marcha triunfal”, escrito por Rubén Darío los días 23 y 24 de mayo de 1895, en la Isla Martín García, Río de la Plata, Argentina, publicado en el libro “Cantos de vida y esperanza”(1905):

 “…pero durante las dos horas del recital soportamos la certidumbre de que él estaba ahí, sentíamos la presencia invisible que vigilaba nuestro destino para que no fuera alterado por el desorden de la poesía, él regulaba el amor, decidía la intensidad y el término de la muerte en un rincón del palco en penumbra desde donde vio sin ser visto al minotauro espeso cuya voz de centella marina lo sacó en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas de una gloria que no era la suya mi general, vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los paladines de rudos penachos que llevaban cautiva la extraña bandera para honor de unas armas que no eran las suyas, vio la tropa de jóvenes fieros que habían desafiado los soles del rojo verano las nieves y vientos del gélido invierno la noche y la escarcha y el odio y la muerte para esplendor eterno de una patria inmortal más grande y más gloriosa de cuantas él había soñado en los largos delirios de sus calenturas de guerrero descalzo, se sintió pobre y minúsculo en el estruendo sísmico de los aplausos que él aprobaba en la sombra pensando madre mía Bendición Alvarado eso sí es un desfile, no las mierdas que me organiza esta gente, sintiéndose disminuido y solo, oprimido por el sopor y los zancudos y las columnas de sapolín de oro y el terciopelo marchito del palco de honor, carajo, cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se limpia el culo, se decía, tan exaltado por la revelación de la belleza escrita que arrastraba sus grandes patas de elefante cautivo al compás de los golpes marciales de los timbaleros, se adormilaba al ritmo de las voces de gloria del canto sonoro del cálido coro que Leticia Nazareno recitaba para él a la sombra de los arcos triunfales de la ceiba del patio,…” (Ob., cit. p. 205-206)

La poesía, la cultura, la literatura y el arte -con más belleza que el poder-, representados por Rubén Darío, derrotando simbólicamente al poder militar del dictador, el Patriarca, en su otoño.

Marcha triunfal
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
¡ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines!

Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
los cascos que hieren la tierra,
y los timbaleros,
que el paso acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!

Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en un trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones.
Él dice la lucha, la herida venganza,
las ásperas crines,
los rudos penachos, la pica, la lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
los negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.

Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la Victoria!




Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño:
ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circunda de armiño.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera!,
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron por mano extranjera:
¡Clarines! ¡Laureles!

Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros:
las viejas espadas de los granaderos más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
Las trompas guerreras resuenan;
de voces los aires se llenan…
-A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros
que encarnan las glorias pasadas-


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