miércoles, 15 de septiembre de 2010

DARIO Y EL PRESIDENTE BALMACEDA: CONTEXTO HISTORICO

Darío y el presidente Balmaceda:
contexto histórico


Lenin Fisher


Es bien conocida la amistad de Rubén Darío con el poeta Pedro Balmaceda Toro, cuyo pseudónimo literario era A. de Gilbert; así como la importancia que tuvo la biblioteca del chileno para la formación e información de Darío. Este fue testigo activo del origen del pseudónimo afrancesado A. de Gilbert propuesto por Manuel Rodríguez Mendoza, una noche, en el periódico “La Epoca”.

Balmaceda Toro murió el 1 de julio de 1889. Darío, desde San Salvador, escribió el 11 de diciembre, una carta de pésame dirigida al presidente chileno José Manuel Balmaceda Fernández, quien le envió un libro de su hijo fallecido, por lo que Rubén señaló: “Cosa apreciable es para mí, por ser obra de aquella alma brillante que tanto amé, y por venir del padre de uno mis mejores, fraternales amigos.” Darío también es el autor de “A. de Gilbert” que para Luis Miguel Fernández es simultáneamente biografía del chileno y autobiografía del nicaragüense; y que para Jorge Eduardo Arellano, citando a Orrego Vicuña, es un homenaje de un príncipe a otro príncipe. Más tarde, Darío escribiría su crónica política titulada “Balmaceda, el presidente suicida”. Pero, ¿cuál fue el contexto histórico de la presidencia de Balmaceda Fernández?

En 1887, Darío publicó “Abrojos”, su primer libro, en Chile, obra apadrinada por A. de Gilbert. Luego, publicó “Azul” en 1888. El mismo año en que según Eduardo Galeano, en “Las venas abiertas de América Latina”, el presidente chileno “…anunció que era necesario nacionalizar los distritos salitreros mediante la formación de empresas chilenas, y se negó a vender a los ingleses las tierras salitreras de propiedad del Estado.” Se dividieron las opiniones sobre la política salitrera del gobierno y el dinero de los capitalistas salitreros compró más de una voluntad en contra del Poder Ejecutivo. En aquel tiempo, el soborno de chilenos era, según los británicos, “una costumbre del país”. Así, en 1891, los ingleses le promovieron la guerra civil, durante ocho meses, por tierra y mar, con John Thomas North, el rey del salitre, a la cabeza, quien era dueño de la Liverpool Nitrate Company y socio de The Nitrate Railways Co. North había desembarcado en Valparaíso en 1866 con sólo 10 libras esterlinas en sus bolsillos y 30 años después se codeaba con la más rancia aristocracia, poderosos industriales y políticos de Inglaterra. Salitre es el nombre vulgar del nitro o nitrato de potasio que se emplea para fabricar pólvora, explosivos, dinamita.

Mientras los barcos de guerra británicos bloquearon la costa de Chile, la prensa londinense bramó contra Balmaceda y lo llamó “dictador de la peor especie” “carnicero”. La prensa hegemónica fue así ayer y así es hoy. La prensa chilena además de acusarlo de tirano, también atacó a su persona con bajezas; decía que tenía un “mezquino espíritu de venganza”; que lanzaba contra la sociedad bandas de asesinos infames, reclutados “en los arrabales y en las cárceles”; y lo acusó de tener apariencias delicadas y facciones de mujerzuela, cuestionándole además, su salud mental.

Con Balmaceda F., de acuerdo a Galeano, el Estado chileno había desarrollado, entre 1886 y 1890, los planes de progreso más ambiciosos de su historia; “…impulsó el desarrollo de algunas industrias, ejecutó importantes obras públicas, renovó la educación, tomó medidas para romper el monopolio de la empresa británica de ferrocarriles en Tarapacá…” y consiguió con Alemania, el primer y único empréstito que Chile no recibió de Inglaterra en todo el siglo XIX. Balmaceda fue para Chile, lo que Zelaya para Nicaragua, tanto ideológica como administrativamente.

Conviene recordar que el guano (excremento de alcatraces y gaviotas) de las costas peruanas y el salitre de Tarapacá (Perú) y Antofagasta (Bolivia) fertilizaban a los erosionados suelos europeos desde 1840-1850 y permitieron que el fantasma del hambre se alejara de Europa. “Antiguamente, las grandes familias limeñas habían florecido a costa de la plata de Potosí, y ahora pasaban a vivir de la mierda de los pájaros y del grumo blanco y brillante de las salitreras.” El negocio del salitre no era ni boliviano, ni peruano, sino más bien chileno y sobre todo inglés; y desencadenó la Guerra del Pacífico (1879-1883), en la cual Chile agredió y derrotó a Perú y Bolivia. Perú perdió Tarapacá y Atacama; y a Bolivia le sucedió lo mismo con Antofagasta donde está la mina de cobre más grande del mundo: Chuquicamata.  En 1881, el gobierno chileno devolvió a los británicos J. T. North, Robert Harvey, Bush, Inglis, James y Robertson las salitreras que el gobierno de Perú había expropiado en 1875. En tanto los sudamericanos se mataban a balazos, los intrépidos empresarios ingleses se quedaban con bonos por medio de créditos de bancos chilenos como el de Valparaíso.

Balmaceda Fernández al iniciarse la guerra salitrera, motivada por los intereses británicos y siendo presidente Domingo Santa María González, fue embajador de Chile en Buenos Aires y su principal logro consistió en asegurar la neutralidad de Argentina. Luego, en 1881 asumió el Ministerio de Relaciones Exteriores. El padre de A. de Gilbert estuvo vinculado al despojo hecho a los peruanos y bolivianos, y consecuentemente, de que Bolivia no tuviera, ni tenga aún, salida al Océano Pacífico, amputación territorial todavía no resuelta. Fue un político liberal del “Club de la Reforma”, diputado por varios períodos y senador. Ganó las elecciones presidenciales el 25-6-1886.  

Balmaceda Fernández enfrentó una guerra entre el Ejecutivo y el Legislativo, llamada “guerra civil” o “guerra entre poderes del Estado” según la enseñanza oficial. Los diccionarios y libros de historia tradicionales, acostumbran omitir las buenas obras del presidente y los motivos ingleses detrás del telón. Las razones británicas también son olvidadas o casi totalmente borradas en las biografías de la enciclopedia cibernética Wikipedia.

Los principales postulados de Balmaceda Fernández eran: 1) desarrollo económico, mediante un grandioso plan de obras públicas  (ferrocarriles, escuelas, alcantarillados, caminos, hospitales, cárceles). 2) Terminar con el monopolio del salitre, convirtiendo esta riqueza pasajera en riqueza estable (con obras y educación).  3) Armonía entre la iglesia y el gobierno, terminando con las luchas teológicas. 4) Unir al liberalismo dividido en liberales del gobierno, disidentes o luminarias y radicales (lo que no logró). Impulsó la enseñanza pública, construyó escuelas en casi todas las ciudades, fundó el primer liceo para niñas y el Instituto Pedagógico para formar profesores de secundaria; inició la construcción del Internado Nacional y contrató a profesores alemanes para promover el conocimiento científico. Canalizó el río Mapocho, en Santiago. Construyó la cárcel pública y el hospital clínico de mujeres. Mejoró los puertos instalando grandes grúas. Construyó más de 1000 Km., de líneas férreas y los viaductos de Bío-Bío y Malleco.

Balmaceda nació en Valparaíso, el 19-7-1840 y se suicidó el 19-9-1891, en la embajada argentina, al término constitucional de su mandato, después de que su ejército fue derrotado en Concón y Placilla, mandara a su familia a la embajada yanqui y entregara el poder al general Manuel Baquedano.  Después la oligarquía tomó el poder y automáticamente cayeron las inversiones estatales en obras públicas, educación, ferrocarriles, caminos, etc., mientras las empresas inglesas extendían sus dominios. “La comunidad británica no hace secretos de su satisfacción por la caída de Balmaceda, cuyo triunfo, se cree, habría implicado serios perjuicios a los intereses comerciales británicos.” Eso reportó el embajador inglés a Londres.

En un contexto diferente, pero ante circunstancias bastante similares, 81 años después de la caída violenta del poder de Balmaceda F., otro presidente chileno, democráticamente elegido, el médico Salvador Allende, el día 11 de septiembre de 1973, se inmolaría combatiendo con fusil en mano a los militares golpistas, dirigidos por Augusto Pinochet, que con aviones y tanques bombardeaban el Palacio de La Moneda, en la capital Santiago. Otro embajador, pero de un imperio distinto, el yanqui, movía los hilos del golpe militar terrorista, desde su despacho de inmune diplomático, sin ocultar tampoco su satisfacción. Se inició así, una de las dictaduras militares más temidas en Latinoamérica. Balmaceda y Allende, fueron presidentes suicidas; pero llegaron hasta las últimas consecuencias de manera distinta. La historia enseña, no necesariamente se repite de forma cíclica, en su avance en espiral o helicoidal.

Rubén Darío en su crónica “Balmaceda, el presidente suicida” (Crónica política. Obras completas. Vol. XI. Madrid; pp. 191-197. Ordenada y prologada por Alberto Ghiraldo), se expresó así: “…una de las páginas más trágicas, más sangrientas y de mayor enseñanza para el porvenir, sería la que se refiere al presidente suicida, el chileno Balmaceda.” A quien Darío calificó como “El presidente gentil hombre.” (…) “hombre superior” (…) “personaje de rara potencia intelectual” (…) “literato y orador distinguido” (…) “diplomático de tacto” (…) “caballero culto”. Al que “…se arrojan a su morada bombas de dinamita…” (…) “pobre capitán náufrago abandonado por la tempestad.”  (…) que tuvo como leales a Julio Buñado y los generales Alcorreca y Baltazar, quienes “…mandan, luchan, hasta el último instante.”

“Es el hombre moderno.” Así definió Darío al presidente chileno José Manuel Balmaceda Fernández. Los enemigos del presidente Balmaceda, de acuerdo al poeta, lo calificaban así: “…caso de alienismo histórico, un ejemplar digno de hombruno o de Maudsley.” Decían que era “…extremadamente orgulloso.” Y para Rubén “le colocaron entre los grandes bandidos…” Sin embargo: “El tenía conocimiento de su propio valor.”

Describió el poeta nicaragüense Darío: “…estaba su gobierno entre dos fuerzas, si en todas partes incontrarrestables, en Chile terriblemente arrolladoras: arriba, el millonario; abajo, la masa, el roto.”

Darío además apuntó: “…y mientras se entierra su cadáver –y con él ¡ay!, talvez el de la democracia chilena-,…” El poeta previó que América observaría el militarismo y la tiranía en Chile “noble y bello país que fue modelo y gala de las naciones hispanoamericanas.”